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 LOS ÁNGELES QUE ME ACOMPAÑAN LIBRO DE ALICIA FONSI



Febrero 19, 2013, 06:46:02 pm
Respuesta #15

Desconectado Aura

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Re: LOS ÁNGELES QUE ME ACOMPAÑAN LIBRO DE ALICIA FONSI
« Respuesta #15 en: Febrero 19, 2013, 06:46:02 pm »
Un nuevo tratamiento
Dora es una de mis nuevas pacientes. Tiene cerca d ochenta años. Vive sola en su coqueto departamento y me cuenta que quedó viuda hace pocos años .
Padece de cáncer en sus mamas. En su forma menos frecuente, la metástasis se ha extendido hacia el exterior, en zona de costillas, axila, espal-da y hombro. La enfermedad está avanzando, y su piel en esas zonas se ve parda, rojiza, con pér-dida de líquido seroso.
Ella tiene plena conciencia de su enfermedad, y realiza todos los tratamientos indicados: rayos, quimioterapia por vía oral (menos agresiva, aun-que debilita sus uñas y piel).
Vive sola por propia decisión. Sus dos hijos son muy protectores con ella, la visitan diariamente, y cuidan de que no le falte nada. Mas respetan su deseo de intimidad e independencia.
Ella se maneja en la casa perfectamente. Me recibe todos los días, me convida con té, me trata como si fuera de visita. Realizo mis controles, curo sus heridas y cambio las vendas que las cubren. Siempre la encuentro alegre y transmitiendo su entereza.
Le gusta ponerme al tanto de las noticias del día, de lo que hizo el fin de semana y hasta me da consejos personales.
Dice que el otro día engañó a sus hijos, que no quieren que salga sola. Para no recibir llamados, descolgó el teléfono y se fue a misa cerca de su casa. Cuando volvió, les dijo que el tubo había quedado accidentalmente descolgado.
Es muy graciosa, y me hace reír al contarme cómo disimula sus vendajes cuando se viste para salir a la calle.
Un día de esos, cuenta que tuvo un sueño im-pactante, donde unos seres muy bellos y perfectos la metían debajo del agua. Ella se aterrorizó, tenía miedo de ahogarse. Después se dio cuenta de que no se ahogaba, que esto le hacía muy bien. Cuando despertó no sabía si estaba en el agua o en su cama. Notaba un gran bienestar, se hallaba muy reconfortada.
Me sorprenden estos comentarios que suelo escuchar en la etapa final de algunos enfermos, dado que Dora está físicamente bien, totalmente coherente y lúcida, muy conectada con la reali-dad terrenal en la etapa que transita.
Al día siguiente, en medio de nuestras char-las diarias, me atrevo a preguntarle cómo andan sus sueños.
—Me doy cuenta que no es un sueño— me dice con total seguridad.
—Me están curando con hidroterapia. Me aplican gelatinas, me dan agua, un jarabe. Además pude comprobar que no me ahogo en esas piletas—
— ¿Y quién la lleva?— la interrogo.
—Son médicos especialistas. También hay en-fermeras y personal de un hospital. Creo que son de Atlántida. Todavía no te puedo asegurar, pero lo estoy investigando—
—¡Me siento tan bien, que no quiero interrumpirlos en averiguaciones inútiles!. Prefiero aprovechar esos momentos de bienestar—
Me cuenta esto con naturalidad; no está asustada ni preocupada. No desea hablar de esto con sus hijos porque cree que van a dudar de su coherencia y van a contratar una persona para que la cuide en forma permanente. Justa-mente es lo que ella no quiere.
No obstante haber escuchado tantos comen-tarios insólitos en estos años de trabajo, no pue-do salir de mi sorpresa. Le pregunto:
— ¿Usted sabe qué es La Atlántida? ¿Alguna vez leyó algo?—
—Sólo escuché algún comentario— me dice.
Le digo que es un continente que desapareció en el mar.
— ¿Estás segura? Tengo que informarme sobre esto—
Van pasando los días. Ella sigue bien, sin do-lor, y gracias a una crema que le aplico en sus heridas, no sangran tanto y se ven mejor de aspecto.
Llego a atenderla, y como siempre, me recibe amable y sonriente. Realizo mi trabajo sobre sus heridas, y mientras charlamos volvemos al tema de su "nuevo tratamiento".
— ¿Cómo andan sus paseos por Atlántida?—
Se sonríe en forma picaresca, me mira y con-testa con otra pregunta: —¿Vos pensás que estoy loca, hablo por chochera, o realmente te interesa saber sobre esto?—
Me detengo a explicarle que no la considero loca ni chocha, que creo que está pasando por un período especial de su vida, que no es la primera paciente que me habla de este tipo de ayudas. Que si bien no tengo grandes certezas, sí creo que está siendo asistida. La miro a los ojos y le digo:
—Ninguna de las dos tenemos dudas de esto. ¿O me equivoco?—
Me sonríe y propone:
— ¿Querés que te cuente cómo son esos mé-dicos? Tienen pelo claro, llevan uniformes como túnicas blancas, que parecen de seda. Les cu-bren desde el cuello, con un cinturón dorado. Tienen una sonrisa persistente, inspiran confianza. Son portadores de un espíritu generoso—
—Esa apariencia angelical es la que logra que poco a poco yo me sienta mejor. Me dan paz, tranquilidad y seguridad—
— ¿Y cómo la llevan?— la interrogo.
—Crean campos de luz dorada y plateada, con mucho brillo. Ellos me enseñan a aprovechar esto para elevarme. Cuando me llevan siento como que traspaso una cortina transparente—
—Al principio no podía dar un solo paso. Ellos me indicaban que aún no estaba preparada, yo sentía un temor indescriptible. Ellos me fueron calmando. Me enviaban mensajes de amistad y aprecio—
— ¿Cómo eran esos mensajes?—
—Paz, tranquilidad, paciencia... La intención es guiarlos por el buen camino. No teman, no se asusten. Sean cuidadosos en evaluar la sinceri-dad, la abnegación, el sacrificio que se hacen por una causa noble. Es una labor humanística...—
Un llamado telefónico interrumpe este diálo-go y me marcho a continuar mi tarea del día.
Pasa el tiempo, Dorita siempre me recibe de la misma forma. Charlamos y también me pre-gunta sobre mis cosas. Luego aprovecha estas ocasiones para darme consejos a nivel personal. También habla sobre su vida, su esposo, su pasado y este presente que le toca vivir.
Un día decido volver al tema que quedó inconcluso.
—Dora, ¿qué labor humanística nombró cuando hablaba de los mensajes?—
—Son pruebas a las que deberán someter-se. Tendrán rigurosas experiencias. Habiendo terminado bien esa tarea, se les dará otra, y así seguirán hasta pasar a otro cargo—
—Los que no abandonen, los más trabajadores, los que perduren, entenderán el verdadero y real sentido de la vida—
—Sacarán valiosas conclusiones, aprenderán a reflexionar y meditar, a valorar el silencio. Esto podrá servirles para evitar nuevos errores y elaborar algún plan que les evite las confu-siones—
—Seleccionarán a las personas. Preferirán a las que tienen la mente limpia y preparada pa-ra obras de bien al servicio de la humanidad—
—Existe esa tarea. Deben explicar que todo acto de caridad y servicio debe realizarse con constancia, fe, amor, entrega. Para cumplir con esta misión irán dejando de lado el egoísmo, la egolatría, el indivi-dualismo—
—Sólo eso curará los cuerpos, las mentes, y el alma. Irradiarán felicidad, encontrarán armo-nía—
—Enseñar esto es el quid de la cuestión. Tra-tar de formar personas para el bien, el servicio, la piedad. Que no provoquen trastornos a la naturaleza. Es una tarea dura, de titanes...—
Tome nota textual de sus palabras. Luego su conversación se desvió a temas más triviales, con la mayor naturalidad.
Pasan los días y Dorita está desmejorada. Las heridas le duelen, está desganada, con su ánimo algo decaído. Igualmente conversamos, y trato de sacarla de su preocupación. Siem-pre disfruta escapándose sola a misa, se vale por sí misma. Aunque la vigilancia de su familia es más asidua, a pesar de su reticencia a ce-der espacios. Su sonrisa no se pierde, y me pregunto cuánto más puede durar esta situa-ción.
—Mis hijos me quieren poner una cuidadora permanente, pero yo me niego. No saben que todos los días "ellos" me levantan y me acues-tan. Siempre están conmigo—
En esos días, su hija me avisa por teléfono que Dora se cayó y sufrió fractura de cadera.
Siento una gran pena, porque pienso que en su estado actual quizás no puedan ope-rarla.
Más me equivoco, porque la operación se rea-liza con éxito. Ella vuelve a su casa en pocos días, y comienza a dar algunos pasos.
Su enfermedad no cede, va avanzando so-bre su piel. Ahora la visito sólo esporádica-mente, ya que se le destina una enfermera de su misma obra social para las curaciones, cada vez más asiduas. Siempre nos comunicamos por teléfono y me dice que no está muy bien.
La última vez que la visito veo su notorio deterioro. Una señora la cuida las 24 horas; ya no deambula por la casa, el solo hecho de hablar la fatiga.
Este encuentro es muy emocionante para las dos. Ella sabe que tomo notas, y me hace mu-chas preguntas sobre el tema, aunque ante-riormente me había manifestado que no de-seaba que contara su historia.
Siento que este contacto es vital para noso-tras. Luego de que la persona que la cuida nos deja solas, nos apretamos las manos, habla-mos mucho. Como en aquellos días de mi aten-ción diaria, se interesa por todas mis cosas. Le comento un problema personal y me deja importantes mensajes:
—Los desengaños que cosechamos en la vida, se producen porque construimos una ima-gen que ante un fuerte estado emocional, se rompe. Nuestros enemigos tienen una destreza es-pecial para detectar y poner de manifiesto nuestras más secretas debilidades. ¡Pensar que La Sabiduría se sirve de medios tan sutiles para empujarnos hacia la per-fección—
Después tomo la decisión de buscar en mi cuaderno de apuntes lo que llevo escrito sobre ella. Se lo leo, y se emociona muchísimo. Me autoriza a que lo transmita, con la condición de cambiar su nombre.
—Ahora tengo la sensación de haber apor-tado algo importante y significativo para otras personas. Siento que he realizado mi servicio, en estos momentos en que creía que ya no po-día servir a nadie aquí. Y que puede ser de utilidad a muchos—
—Me iré y esto continuará vivo—
Dorita no quiere que me vaya. Las dos sabemos que es nuestro último encuentro. Pero la vida es una continua despedida. Solo se trata de superar etapas.
Tres días después me avisan de su partida. Guardo el recuerdo de su eterna sonrisa.
Siento una gran paz. Sé que esto continuará vivo.









Febrero 19, 2013, 07:03:35 pm
Respuesta #16

Desconectado Aura

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Re: LOS ÁNGELES QUE ME ACOMPAÑAN LIBRO DE ALICIA FONSI
« Respuesta #16 en: Febrero 19, 2013, 07:03:35 pm »
La puerta azul
Hoy partió Miguel. ¡Al fin esta mañana pudo, después de tanto sufrimiento, de tanta rigidez, atravesar esa puerta azul que nombraba! Que estaba abierta para él hacia ya varios días.
¡Al fin pudo desprenderse de esos barrotes de su cama, a los que se sujetaba como un condenado a las rejas de una celda!
¡Al fin, Miguel...!
El enfermo tiene cerca de ochenta años, está muriendo de cáncer de riñón con metástasis ósea. Hace casi tres meses que lo atiendo dia-riamente. Es muy silencioso y reservado. Ape-nas puedo obtener de él un saludo, o algún co-mentario breve.
Cuando su enfermedad recrudece, comienza a eliminar impurezas en forma abrupta por una herida de su vientre. El médico presume, por las características de su enfermedad, que se ave-cinan intensos dolores. Receta un medicamento y le encarga a su esposa que se lo suministre cuando sea necesario. Curiosamente, los dolores no se manifiestan.
Se me ocurre relacionar la eliminación física que está efectuando, con aspectos negativos, tal vez dolorosos, que tiene guardados muy aden-tro. Hablando con la esposa y el hijo, muy abier-tos y comprensivos, les sugiero que hablen mucho con él, que traten de ayudarle a sacar a luz viejos dolores y rencores, que lo escuchen...
Su hijo me cuenta que Miguel siempre fue tes-tarudo, caprichoso, rígido. Nunca intentó com-prenderlos, ni comunicarse con ellos. Tampoco expresó satisfacción ni disgusto por los errores o logros de sus hijos.
Cuando llego a atenderlo diariamente, luego de los controles de rutina, me toca rotarlo en la cama. Siempre tengo que luchar contra su cos-tumbre de agarrarse a la cama. Se pone duro, se contractura, se resiste. Le pido que se afloje, mientras le converso y le hago algunos masajes en sus brazos.
Pienso que puede estar recibiendo alguna ayuda especial, esas de las que hablan a menudo mis enfermos, dado que sigue en cons-tante deterioro y sin dolor alguno. Sin embargo, no hace ningún comentario; lo veo tan aferrado a los barrotes que no llego a entender qué le sucede realmente.
Uno de esos días, estando junto con el médico al lado de su cama, comenta inesperadamente: —Tengo miedo—
El doctor se encarga de tranquilizarlo. Le dice que cuenta con una buena atención, que estamos permanentemente a su disposición con solo llamarnos, que tenga confianza.
Sin embargo, no era ese el temor que lo inva-día. Cuando quedo sola con él, antes de comen-zar mi trabajo, me siento frente a frente y le pregunto:
— ¿De qué tiene miedo, Miguel?—
—De lo que me van a hacer allá— señala hacia el placard, frente a su cama.
— ¿Allá dónde?— —En esa puerta azul—
— ¿La del placard?— le pregunto con curio-sidad. —No, la puerta que tiene las luces azules. ¿Ves que adentro tiene muebles azules?—
— ¡Ah!— le digo como si hubiera escuchado cualquier comentario trivial —la puerta azul... Anda sin miedo alguno.
—Tenés que entregarte y confiar—
— ¡Ay, mi madre...!— suspira.
—Podes pedir también ayuda a tu mamá— Mientras le hago esta sugerencia, recuerdo que su esposa me contó que él anoche tuvo a su madre en sus sueños.
—No sé lo que me van a hacer, dice— No hice bien las cosas acá. Además, para qué voy a ir...? para repetir errores?—
Cuando termino de atenderlo, su esposa me cuenta que pasó toda la mañana hablándole de una puerta azul.
Pasan los días y sigue debilitándose. No se alimenta en absoluto, solo ingiere algo de líquido. Su familia pide al médico que no se lo alimente artificialmente. Apenas respira, mas sigue afe-rrándose a lo único que tiene a mano: los barrotes de su cama ortopédica.
Han pasado dos días del comentario de la puerta azul, y mientras le hago los controles, le pregunto si todavía sigue sintiendo miedo.
—¡Sí!, me responde, me da miedo. Lo que me ofrecen no me convence. Quiero estar bien aquí y ahora. Me importa sólo este momento, no lo que pase después—
Dada su forma de ser y comunicarse, no puedo conseguir más aclaraciones sobre esto. Sólo me queda brindarle palabras de confianza y tran-quilidad.
Así continúa, totalmente debilitado, aunque sus manos siguen apretando los barrotes de la cama. Su familia me habla de esto con sorpresa.
Siempre que me acerco le hablo, le ayudo a soltar las manos, a aflojarlas. Le pido que no tema, que se entregue. No sé si quiere escucharme, pero lo intento, como suelo hacerlo siempre.
Ya habla muy poco. En algunos momentos me confunde con el doctor. En otros, le pregunta a su esposa por mí, porqué no entro a la habitación, porqué me quedo en la puerta.
Entre sus familiares, en su casa, ya está totalmente instalada esa serena aceptación de su pasaje al otro lado. Todas las cosas se manejan con calma y sencillez increíbles.
Sólo falta que Miguel suelte sus barrotes.


Febrero 19, 2013, 07:05:34 pm
Respuesta #17

Desconectado Aura

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Re: LOS ÁNGELES QUE ME ACOMPAÑAN LIBRO DE ALICIA FONSI
« Respuesta #17 en: Febrero 19, 2013, 07:05:34 pm »
PILOGO
Estas historias no tienen final. Son mensajes de vida que no caducan.
Consérvalas a través del tiempo.
Vuelve a ellas, y cada vez que lo hagas se te revelarán nuevas enseñanzas.
Tampoco olvides que siempre habrá alguien que las necesite.
Recuerda que son para transmitir.
Alicia Font

 

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