LO POSITIVO DE PEDIR DISCULPAS
Todos sabemos que somos fruto de la relaciones con nuestros semejantes; de cómo esas relaciones se desarrollan. Estas relaciones se manifiestan en un ambiente más o menos familiar, libre, dirigido, afectivo, etc. Sí es verdad que sea el ambiente que sea, todos hemos asumido desde pequeños que existen unas normas establecidas por los adultos que debemos cumplir; es lo que llamamos heteronomía moral, porque es algo que está impuesto o establecido por otros. Ante esta realidad cabe preguntarse qué ocurre cuando alguien incumple una norma de forma intencionada o no.
También se nos enseñó desde pequeños, que hay que pedir disculpas puesto que se trata de una norma social establecida que sirve para respetar a los demás y ser respetado. Pues bien, qué ocurre cuando el que tiene que pedir disculpas es un adulto, ¿sabe hacerlo?, ¿pide disculpas a quien realmente tiene que pedirlas?, ¿pide disculpas en el momento adecuado?, ¿cómo se siente el adulto cuando pide disculpas a un niño?, ¿cómo nos sentimos nosotros cuando sabemos que tenemos que pedir disculpas a nuestros hijos y no lo hacemos?
Realmente, y creo no descubrir nada con esto, posee gran efectividad pedir disculpas a un niño por la enseñanza que entraña para él y por el alto valor educativo que comporta. Las primeras veces que un niño recibe disculpas de un adulto aparece cara de incredulidad. El adulto para el niño es el patrón de conducta que “normalmente” no se equivoca, suele hacer las cosas bien, pero efectivamente, hay ocasiones en que también comete errores y a veces de bulto.
Lo que ocurre es que hay disculpas y disculpas. No nos referimos a esa disculpa informal, de un error sin trascendencia, que por otro lado, también es conveniente reconocer. En este caso, las disculpas que más efecto producen en el receptor son las de auténtica sinceridad, las de verdad. Estas disculpas hacen más vulnerable al adulto y hacen más iguales a todos. En las ocasiones en que se pide disculpa de forma sincera se trata con la persona auténtica, no con el adulto, con el padre o madre que están habituados a tratar los más pequeños de la casa.
Cuando los pequeños de la casa ven auténtica sinceridad en alguna disculpa que hacemos se suele producir, de forma implícita, un acercamiento entre los miembros de la familia o del grupo social al que se pertenece. Un mayor entendimiento y sobre todo respeto y admiración entre todos porque existe en el ambiente lo que conocemos como sinceridad que podríamos afirmar que es uno de los componentes fundamentales de una buena disculpa. Se trata en definitiva, de dejar aflorar en nuestras manifestaciones y conducta la persona de carne y hueso que llevamos dentro.
Por otro lado una vez que nos acostumbramos a pedir disculpas, comprobamos cómo la relación entre los miembros del grupo se hace más afectiva y se estrechan más los lazos de unión. Y es que llama la atención ver que estamos más predispuestos a pedir disculpas a un adulto, amigo, vecino, etc. y nos cuesta más hacerlo con los más pequeños, con nuestros hijos, siendo que el resultado y efecto positivo que se alcanza es muy grande.
Los niños deben estar preparados para afrontar y superar los desafíos de la sociedad actual.
Una de las primeras herramientas que las familias deben aportar a los más pequeños es la seguridad en sí mismos. Un primer paso a dar es que el ambiente en que viven y se desarrollan como ciudadanos sea lo más afectivo y claro en normas posible.
Sabemos que a cualquiera nos supone estrés e inseguridad un ambiente donde no se conocen las normas o aunque existan, se incumplen de forma arbitraria o se modifican según convenga al que lleve la voz cantante.
Por otro lado, es necesario que los más jóvenes crezcan en un ambiente donde existe benevolencia, generosidad y comprensión ante la realidad circundante y hacia los demás. Valores que como sabemos, en la sociedad actual están perdiendo importancia. Estos valores están reñidos en gran número de ocasiones con las situaciones cotidianas que se dan en la sociedad de la competitividad, de las luchas por llegar antes que el prójimo, de las trabas al triunfo ajeno, etc. Esta situación es un problema para los adultos que están viviendo casi a diario -por no decir siempre- esta situación y por otro lado, deben inculcar estos valores y comportamientos de respeto y tolerancia en los más pequeños.
En definitiva, se observa -y con razón- que la acto de pedir disculpas es una muestra de inseguridad, inferioridad, estar disponible hacia los demás que en el caso de los hijos puede obrar en contra suya a la hora de encontrar un hueco en la sociedad y esto, visto así por los padres, es una limitación de cara a triunfar en esta sociedad competitiva que nos toca y les toca vivir.
Los buenos modales tienen su importancia.
No es verdad que los buenos modales sean innecesarios. Por otra parte es cierto que el uso frecuente de modales ayuda a los niños. Nos estamos refiriendo a las buenas maneras de comportamiento hacia los demás. A esas cualidades de tolerancia, respeto, sensibilidad a que nos referíamos antes.
Por otro lado, es tan importante el papel de quien pide disculpas como de quien las acepta y acoge. Este aprendizaje es necesario en los niños porque al mismo tiempo que saben cómo reconocer una falta o error ante los demás, también es bueno saber perdonar o comprender los sentimientos de quien reconoce haber cometido una torpeza.
Y por otro lado, desde el punto de vista de los adultos, tenemos que olvidar la creencia de que pedir disculpas a los hijos implicará que somos demasiado blandos o que ellos tendrán un carácter débil. En el mundo hace falta más dosis de benevolencia aunque seamos fuertes. Ya sabemos que no ayudamos a los hijos cuantas más cosas hacemos por ellos sino cuanto más le enseñamos a comprender cómo es el mundo y las normas que rigen en él y para ello debemos ser, en ocasiones, implacables en el cumplimiento de las normas sociales aunque ello nos duela o suponga aplicar pautas duras con los hijos.
El control absoluto está reñido con la norma de pedir disculpas.
Hay que saber una máxima importante: los padres que necesitan tener un control absoluto no son capaces de pedir disculpas. Suele ocurrir -y más de uno que lea estas líneas se encuentre en esta situación o parecida- que quien quiere tener control sobre todo lo que afecta sus hijos, corre el riesgo importante de cometer errores u ofensas y no suele reconocerlo. Estos padres echan la culpa de su mal comportamiento a los hijos. Eso es una falta de responsabilidad por parte del padre; supone no admitir la culpa y afrontar el error cometido. Estos padres que necesitan mantener el control a toda costa son ciegos con respecto a su propio sentido de la irresponsabilidad. Lo único que consiguen es perder la credibilidad ante todos –incluido los hijos-.
Los hijos saben cuándo un adulto se equivoca y comete una falta. Si ante un hecho de esa naturaleza no ven que el adulto pide disculpas, los hijos llegan a dudar de sus propias percepciones y a actuar sin confianza en sí mismos.
En conclusión, si la necesidad de controlar es más fuerte que la necesidad de mantener una relación sincera y afectuosa con los hijos, pedir disculpas resulta muy difícil. Y no vale pedir disculpas sin más, eso no vale. La disculpa debe ir acompañada de sinceridad, un valor humano que debemos –cada vez más- practicar.
Pedir disculpas no es solucionar el sentimiento de culpa.
Cuando se comete una falta con alguien -incluido los hijos- crea un sentimiento de culpa que podemos aliviar pidiendo disculpas. El sentimiento de culpa es una sensación general de malestar, algo inespecífico que no acertamos a definir y el motivo que genera esta sensación; lo que es verdad es que la persona siente un malestar o inquietud interior que no se debe a algo concreto. Sin embargo, disculparse es siempre por algo concreto, específico que se ha hecho o dicho hacia algo o alguien, y demuestra que se es consciente de que con otro acto más noble, generoso y adecuado, el resultado hubiera sido mucho más agradable y positivo.
Los hijos deben ser tratados como personas.
Ya lo hemos comentado en algún momento de este artículo y es que resulta curioso comprobar cómo los adultos en general utilizan mejores modales con las personas que no pertenecen a la familia o con aquellos que no son muy allegados que con los propios miembros de la familia entre los que se encuentran los hijos. De esta afirmación deducimos que encontrar quien utilice buenos modales con los hijos y esperar que ellos también hagan lo propio no es, por desgracia, muy frecuente.
Una posible visión de estos hechos -por parte de los hijos- es creer que no son personas como los demás. Realmente, si queremos conseguir autoconfianza en los hijos, es necesario que los tratemos como personas y les hará pensar que pueden aprender y hacer lo mismo que el resto de los humanos.
Los padres que no se portan con sus hijos como con las personas de su entorno están más pendientes de su seguridad y desarrollo que del error o falta que realmente cometen. Esta es la actitud de los que piensan de los hijos que no saben pensar ni hacer nada por sí mismos. Tratar así a los hijos es no impulsar su confianza en sí mismos. Debemos pedir disculpas a los hijos por este comportamiento hacia ellos y de esta manera se conseguirá comunicarles que son dignos de todo respeto y que los padres no siempre son perfectos. Conseguimos, además, un efecto importante, y es que los padres parezcan más reales a los ojos de los hijos.
La lección que los hijos sacan de las disculpas de los padres.
Practicar la disculpa con los hijos les enseña muchas lecciones a parte de conseguir una relación sincera y verdadera entre padres e hijos. Algunas consecuencias positivas que aprenden los hijos de las disculpas son:
Aprenden que no tienen por qué tener siempre razón y que, aunque estén equivocados, siguen siendo buenas personas.
Aprenden que hay que admitir un error antes de poder corregirlo, y que corregir errores es importante.
Descubren que pedir disculpas es difícil, y que hay que ser fuerte para hacerlo.
Ven una muestra de sinceridad, que tal vez no vean en otra parte.
Aprenden que una buena familia repara los malos sentimientos que se producen entre sus miembros.
Aprenden la virtud de perdonar a los demás cuando pierden temporalmente el control.
Aprenden que la disculpa es una forma de reconocer que otra persona es digna de respeto.
Aprenden que no es necesario alimentar rencores porque uno se sienta culpable por algo que ha hecho. Todo el mundo empieza a odiar a la persona hacia la que alberga un sentimiento de culpa.
Aprenden a pedir disculpas a sus padres cuando les han ofendido, y a resolver sus remordimientos y su complejo de culpa.
¿Cuándo se deben pedir disculpas?
Ya se ha comentado en apartados anteriores que la disculpa es sincera y manifiesta algo profundo en la persona que pide las disculpas. No hablamos de pedir perdón por molestar al otro, por no hacer algo que beneficie al prójimo, etc. Si hay algo que puede ser peligroso para el niño no se debe conceder pese a que el niño se moleste y se enfade. Por este hecho no hay que pedir disculpas puesto que los niños llegan a ser manipuladores y pueden sacar la conclusión de que sus padres se sienten responsables por hacerles sentirse mal. Si llegan a esta situación tenderán a sentirse mal a menudo para conseguir sus propósitos. Conclusión: el adulto no debe sentirse mal continuamente, ni sentir una culpa excesiva por lo que hace.
El adulto no debe disculparse por llegar a castigar al niño cuando además, este castigo es justificado. Las normas están para cumplirlas por todos. No existen las mismas normas en todas las familias. Lo que es normal es un entorno familiar es extraño en otro. Debemos cuestionar en los entornos familiares las pautas de comportamiento hacia los niños. Esta medida nos ayudará a portarnos mejor con los más pequeños.
El hecho de ser respetado supone respeto hacia uno mismo.
En el largo proceso de crecimiento y aprendizaje el niño pasa por situaciones no siempre positivas. Estas situaciones negativas vividas reducen la capacidad de los niños de creerse merecedores de una correcta consideración y trato.
Reynold Bean en su libro “Cómo ser mejores padres” llega a afirmar que el respeto hacia uno mismo es el resultado de superar obstáculos para conseguir un determinado objetivo que es importante para el individuo.
Lo que ocurre es que es difícil desarrollar esta capacidad de respeto cuando dependemos de los demás y este es el caso de los más pequeños. Es aquí cuando entra en juego el adulto con un comportamiento de respeto hacia los chicos. Un niño que crece en un ambiente en que aprecia el valor del respeto en todos los miembros de la familia tendrá más fácil adquirir la capacidad de respeto hacia sí mismo. Una forma de respetar a los demás incluido a los niños es cuando pedimos disculpas.
Cuando no se piden disculpas y el comportamiento con los demás está basado en la creencia de que tienen que humillar al prójimo sucede que lo que se busca es sentirse bien con uno mismo. Esto es muestra de que la persona no tiene malos modales sino que no se respetan a sí mismos.
No olvidemos una máxima importante que debe regir en el comportamiento con los demás y más con los niños: pedir disculpas cuando se ofende es el mejor método para mostrar que el otro es digno de respeto.
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