¿PENSAR, REFLEXIONAR, O DARSE CUENTA?
Examina cómo es tu forma habitual de pensar.
¿Qué haces cuando piensas, por ejemplo, en algo que estimas que has hecho mal?
¿Cómo es el proceso?
¿Se te escapa del control el pensamiento y parece como si actuara de un modo autónomo?
¿El pensamiento acaba siendo auto-agresivo y se convierte en una pelea contigo mismo en la que los reproches son lo más destacable?
Parece ser que cuando uno se pone a pensar en “cosas que ha hecho mal” tiene que completar un ciclo que comienza con una opinión desfavorable de sí mismo, y que lo siguiente es iniciar una serie de reproches que comienzan estando relacionados con lo que se está pensando, pero que derivan hacia otras cosas que se hicieron mal anteriormente, y que se aprovecha este momento para rescatarlas y echarlas en cara nuevamente, y el proceso termina en una enfado monumental consigo mismo, una velada amenaza de odio, un gesto que se convierte en adusto, y un estado que contiene casi todos los elementos de una pseudo-depresión.
De pronto, todo es una mierda y uno no vale nada. La Autoestima, resentida, se retira y le deja a uno con la sensación machacona de que no vale nada, de que no aprende y se equivoca una y otra vez, de que parece que la vida y el destino se han confabulado en contra de uno, y entonces desaparece la sonrisa y se instaura una cara fúnebre.
NO ES NECESARIO PENSAR, CON DARSE CUENTA PUEDE SER SUFICIENTE
Cuando uno se da cuenta de que está cayendo en la trampa de iniciar uno de esos ciclos descritos, es mejor echar mano de toda la consciencia, de la buena voluntad y el amor propio que tenga de reserva, y cortar el proceso. A fin de cuentas, ya antes de empezar se sabe cómo va a acabar, y se sabe de su inutilidad.
“Darse cuenta” es distinto. Es simplemente levantar acta de una observación sin añadir juicios ni adjetivos.
Es advertir de un modo claro, y tomando conciencia, la realidad de lo que está sucediendo.
No es la opinión propia sobre la realidad.
Ni es la interpretación que uno hace de la realidad.
Es la auténtica e innegable realidad. Con todas sus consecuencias.
Es lo que de verdad existe o ha sucedido antes de que pretendamos engañarnos, añadirle adjetivos u opiniones; antes de que lo magnifiquemos o lo despreciemos; antes de que pase a convertirse en el epicentro de una tragedia.
El “darse cuenta” no conlleva juicio.
“Darse cuenta” se acaba en el momento en que uno observa, de un modo desapasionado y serio, que ha habido una actitud o un hecho con el que no está de acuerdo, que hubiera preferido evitar pero que ya está ahí.
No es necesario reñirse, ni es necesario castigarse, ni hace falta una retahíla de promesas de que no volverá a suceder.
Nada de eso hace falta.
Todos tenemos conciencia, un instinto de superación, y un deseo continuo de mejoramiento.
Ya se encarga el departamento interior correspondiente de tomar nota de lo que ha sucedido y estará vigilante para tratar de evitar que vuelva a suceder.
La conciencia ya ha tomado nota y no hace falta decirle lo que tiene que hacer. (Eso sí: cuando la conciencia proponga algo la próxima vez no hay que desoírla)
Las cosas se pueden hacer de un modo violento o con amor. Es mejor elegir la segunda opción.
Somos seres en continuo proceso de perfeccionamiento y, si somos capaces de aceptar nuestros fallos con la misma naturalidad que nuestros aciertos, todo el proceso será más amable, menos inhumano, el Camino más sosegado, y la meta más cercana.
Sólo “darse cuenta”, y parar.
NO PIENSES: REFLEXIONA
No te vas a quedar conforme con hacer lo anterior. Por lo menos hasta que escarmientes de que la manera habitual no es la más adecuada y compruebes que puede ser mejor modo el que te propongo.
Hasta que llegues a ese momento, te sugiero que cambies “pensar” por “reflexionar”.
Aunque el diccionario diga que tienen el mismo significado, yo les doy un matiz distinto.
En primer lugar, porque, a veces, se presentan pensamientos en nuestra mente y por ello creemos que son de nuestra propia elaboración cuando, en realidad, pertenecen a nuestra mente descontrolada, condicionada y dispersa. No son nuestros. Pero a eso le llamamos “pensar”.
En segundo lugar, porque en el pensar casi siempre hay tensión, ya que uno está buscando una solución o una idea, y ahí se presentan las dudas, los miedos, un cierto nerviosismo por la responsabilidad… se carece de la imparcialidad necesaria y del punto de vista neutral, que siempre serán más atinados.
“Reflexionar”, en mi opinión, y si se hace bien, es un ejercicio racional y desapasionado donde uno toma el gobierno de los pensamientos y no permite que estos se desarrollen descontrolados y contaminados por los miedos y prejuicios propios, sino que pone su inteligencia analítica a elaborar una visión objetiva sobre la realidad.
Se reflexiona, si se hace bien, con todo el conocimiento, de un modo objetivo y bastante desapegado del hecho, para poder disponer de la ecuanimidad necesaria que sea capaz de ser imparcial y ecuánime.
Reflexionar conlleva profundizar más en la idea, una recapacitación que es más intensa que el pensamiento común, un desapego del asunto a tratar, la atención de toda nuestra capacidad intelectual y filosófica, y una concentración más profunda que no se hace desde el barullo habitual desde donde se piensa, sino que adopta una postura superior desde la que se ve el conjunto del problema y no solamente un hecho aislado.
NO PIENSES, te digo -que es un mandato terrorífico-, pero te lo digo porque en la mayoría de las ocasiones es suficiente con DARSE CUENTA, y además es menos doliente y más productivo, pero si no te es suficiente con eso, entonces comprende la diferencia que hay con pensar, y mejor REFLEXIONA.
Te dejo con tus reflexiones…