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 LAS FASES DE NUESTRO DUELO



Diciembre 04, 2013, 06:18:43 am
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Desconectado juan vega

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LAS FASES DE NUESTRO DUELO
« en: Diciembre 04, 2013, 06:18:43 am »
LAS FASES DE NUESTRO DUELO

 
Es normal sentirse triste, es lo humano, lo esperable cuando se ha perdido a seres muy queridos y cercanos. Lo sé porque lo he vivido y lo sigo viviendo.
 
Los primeros días, semanas, meses la ausencia se convierte en una obsesión. Es una idea y un dolor que no se van nunca, sólo a ratitos muy pequeños. Y se siente muchas veces un golpe casi físico al “recordar” lo que ha sucedido, tras una leve distracción; es especialmente duro al despertar cada mañana. Sólo por breves segundos alguna tarea nos hace evadirnos. Muchas veces es el trabajo, que nos obliga a tener la mente ocupada.
 
Es una neurosis auténtica, un repiqueteo continuo de ideas obsesivas: de miedo, dolor, rabia, pena, angustia, añoranza, cansancio vital, deseos de acabar con todo, remordimientos, culpa, recuerdos tristes y alegres, imágenes de la enfermedad, o de la muerte, del entierro y las celebraciones… Todo revuelto, agobiantemente repetido.
 
Cada persona lucha con esta crisis vital unos meses. No deja de ser como una neurosis y debería ser transitoria. Pero depende de cada doliente el tiempo que le lleva ir superando, deshaciendo las ideas
terribles, dulcificando los recuerdos, recolocando las experiencias, asumiendo el vacío que nos han dejado.
 
Una parte de nuestro yo se queda “huérfana”: la que compartíamos con ese ser querido. Por eso nos duele más cuanto más cercano era, cuanto más convivíamos con él o ella. Y es que ese trocito de nuestro corazón jamás volverá a ser de otra persona.
 
Poco a poco los momentos serenos se van alargando. No es que seamos felices. Eso cuesta mucho, no sé si se llega a ser feliz. Me refiero a como antes. Sucederán cosas hermosas, pero siempre notaremos el pinchazo de la ausencia del que falta.
 
Pues eso: los momentos no malos, serenos, tranquilos, van alargándose. Y uno comprende de pronto que ha pasado dos horas distraído; que una tarde pudo “evadirse”; que una mañana no lloró; que le embargan recuerdos amables que dibujan en nuestros rostros una sonrisa todavía medio mueca.
 
Entonces llega la fase de los altibajos. Hay días en que todo parece un sueño, y nos sentimos alejados de nosotros mismos y de lo que nos sucedió. Son momentos en que parece que nos vamos haciendo a la idea, que asumimos la soledad y la ausencia, que estamos progresando.
 
Es una época peligrosa porque muchos pensamos que ya estamos bien y nos lanzamos a tomar decisiones, o cambios que poco tiempo después podemos no ser capaces de soportar. Es muy típico, por ejemplo, que decidamos dejar la medicación. Incluso que lo hagamos de golpe (error terrible, por cierto). O que asumamos un cambio de trabajo, o de responsabilidades.
 
Porque lo cierto es que se irán alternando fases buenas y bajones terribles. Los malos recuerdos y la pena más honda se activarán con las fechas importantes, los aniversarios, la Navidad…  pero también con sucesos que nos recuerden nuestro duelo o a nuestro ser querido.
 
Es una época muy dura también, porque vamos perdiendo la sensación de irrealidad y la constatación de la pérdida es cada vez más consciente. No es que antes no lo supiéramos, es que ahora se conoce en toda su amplitud y consecuencias. Creo que nuestra mente ha estado como “desconectando circuitos”, una especie de medida de seguridad, para acoplarse a la nueva situación. Por eso olvidamos cosas de entonces, o hay vacíos emocionales. Pero pasado este tiempo del que venimos hablando, las conexiones se van activando de nuevo. Y cada una es un grado más de consciencia y de dolor.
 
En esta fase vuelven la culpabilidad (siempre creemos que podíamos haber hecho un poco más por ellos), las dudas existenciales (¿lo volveré a ver o desapareció en la nada?), la rabia (errores médicos, malos comportamientos o experiencias, recuerdos traumáticos). Y parece que todo lo que habíamos avanzado se desvanece.
 
Pero cuando regresan los momentos plácidos, vemos que no todo se ha perdido, que sí hemos avanzado un poco. Y lo que más tememos son los bajones inesperados, porque nos sentimos incapaces de controlarlos y nos condicionan la vida.
 
Los picos altos y bajos se van suavizando, la línea emocional se va haciendo más plana; los altibajos se van espaciando. Y muchos dolientes, nosotros también, sentimos que hemos llegado a una nueva fase.
 
Es  cuando por fin comprendemos y asumimos que no vamos a volver a ser los mismos, que tenemos que aceptarnos como somos, como nos hemos vuelto, en lo que nos hemos convertido. Cuando por fin comprendemos que ahora nuestra vida será otra, aceptamos los vaivenes emocionales como parte de nuestro nuevo yo, no nos empeñamos en regresar a nuestro carácter y personalidad de “antes”, entonces se abre el nuevo camino.
 
En este estado estamos ahora. No sé qué hay después, no por experiencia.
 
Muchos os preguntáis ¿esto es normal? ¿Sentirse tan mal como para desear morir? ¿Hay esperanza de cambio? ¿Volveré a tener una vida como la de antes?
 
Y sí. Es normal sufrir y no ver salida al sufrimiento. Pero después de unos días, amanece.
 
Todos deseamos irnos ya, pero el amor y la responsabilidad para con los que amamos (aquí y allá) nos detienen.
 
La vida “normal” de antes es imposible, pero sí se irá acercando a cotas de normalidad.
 
¿Cómo hacerlo? Con grandes dosis de paciencia, de trabajo, de amor y de esperanza en mejorar. A algunos también les ayudará la fe que puedan tener. Pero los no creyentes también pueden y deben y saben salir adelante con la nueva vida que nos ha tocado vivir.
 
 
Grupos de duelo, terapias y medicación pueden estar también indicados, y no hay que sentir por ello ni vergüenza, ni remordimientos, ni pena, ni enfado. Son ayudas muy importantes.


Autor desconocido
 

 

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