¿POR QUÉ NO ENCONTRAMOS RESPUESTAS A MUCHAS PREGUNTAS?
“Usted es tan joven, está tan lejos de toda iniciación, que quisiera pedirle, lo mejor que sé, querido señor, que tenga paciencia con lo que no está aún resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas por sí mismas, como habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua muy extraña. No busque ahora las respuestas: no le pueden ser dadas, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas. Quizá después, poco a poco, un día lejano, sin advertirlo, se adentrará en la respuesta.”
(Rainer María Rilke)
Todos nos hacemos preguntas. Muchas de ellas las calificamos como importantes, y son éstas –lógicamente- las más complicadas de responder.
No encontrar una respuesta rápida, eficaz, adecuada y que además sea de nuestro gusto, se convierte habitualmente en una tarea incómoda.
Básicamente hay seis tipos de preguntas:
LAS QUE HACE LA MENTE
Uno puede preguntar ¿Quién es Dios?, y si lo hace desde la mente, ninguna respuesta mental le va a satisfacer, porque la mente necesita algo más que sentimientos para convencerse. Necesita explicaciones racionales y demostraciones empíricas. Y quien habla de Dios, y pretende definirle con claridad y exactitud, jamás lo logra, porque Dios es una sensación o un convencimiento irracional, y no un proceso mental.
Las preguntas mentales –en la mayoría de las ocasiones, y me refiero solamente en el terreno espiritual- sólo son curiosidades disfrazadas de interés verdadero. Uno pretende demostrarse a sí mismo que está realmente interesado, y cree que la expresión de ciertas preguntas – simplemente pomposas y llamativas la mayoría de las veces- le convierte en un buscador, en una persona vivamente implicada en su Desarrollo Personal. Se les otorga importancia a esas preguntas, pero en verdad no la tienen.
Las preguntas realmente importantes son…
LAS QUE HACE EL CORAZÓN
Estas son las grandes preguntas. El único que tiene interés real en encontrar respuestas es el corazón. Es ahí donde se hacen las preguntas naturales, puras, esenciales, verdaderas, y grandes. Si la pregunta contiene estos requisitos, sin duda hallará su respuesta, antes o después, porque este tipo de preguntas tienen un interés sincero, y una necesidad real de ser respondidas. Y no descansarán -ni siquiera cuando no estemos o seamos conscientes-, de buscar ser respondidas.
Hay otro tipo de preguntas que son…
LAS QUE NO QUIEREN ENCONTRAR RESPUESTA
Algunas preguntas se hacen pero por compromiso, para auto-engañarse demostrando un interés que en realidad no es cierto. Uno intuye o sabe claramente la respuesta, y no es de su agrado. Así que se conforma con hacerla, finge que está haciendo algo por responderla, pero no pasa del enunciado.
También están…
LAS QUE NO TIENEN RESPUESTA
Hay muchísimas preguntas que no tienen respuesta. O las tiene un señor que es muy listo pero vive lejos y no nos la va a decir.
Ahora en serio. Hay preguntas que son sencillas en su enunciado pero cuya respuesta es difícil de encontrar: ¿Qué es la Vida?, por ejemplo. Facilita. Aparentemente sencillita y al alcance de cualquiera. Je je je…
Pero puede llevar toda una vida contestarla, porque es una de esas preguntas que no se pueden encerrar en una definición o convertirlas en un axioma. Es vivencial. No es teórica. Y lo que representa para uno la vida en una época, será cambiado a medida que va viviendo más y más –mejor dicho: a medida que va muriendo más y más-. Por cada persona, y por cada instante, una respuesta personalizada, distinta.
Y también hay otras preguntas que son sencillas, pero no se pueden responder sino recurriendo al diccionario, en el que encontraremos un argumento aceptado por la mayoría, pero que no nos satisface, porque queremos una respuesta que la percibamos con claridad, que no haya que darle vueltas para entender, sino que la aprehendamos y comprendamos en nosotros inmediatamente; que la hagamos nuestra para siempre porque ya era nuestra desde siempre, solo que alguien lo acaba de poner en palabras. Por ejemplo: ¿Qué es el amor?
Y existen…
LAS PREGUNTAS CUYA RESPUESTA NO ES ÚTIL
Uno puede hacer preguntas filosóficas profundas, grandilocuentes, pero por el modo en que las hace y el interés tan pobre que hay detrás, encontrar la respuesta no sirve para nada.
Uno puede ponerse ampuloso y circunstancial y preguntar: ¿Qué es la fisión nuclear?, y alguien le puede responder: “Es una reacción en la cual un núcleo pesado, al ser bombardeado con neutrones, se convierte en inestable y se descompone en dos núcleos, cuyos tamaños son del mismo orden de magnitud, con gran desprendimiento de energía y la emisión de dos o tres neutrones”. Una pregunta bien hecha y una respuesta correcta. ¿Y para qué sirve si no se entienden los conceptos? (No los entendemos la mayoría de las personas)
Cuando uno se hace preguntas, conviene ser sensato y coherente con lo que se está preguntando. Que uno tenga realmente interés y no sea una forma de perder el tiempo o de aparentar.
Y, por fin…
LAS PREGUNTAS QUE SE HACEN SIN PALABRAS
Algunas personas, cuando tiene preguntas que desean encontrar su respuesta o solución, tienen tendencia a centrarse en el pensamiento, y traen a la memoria su problema, todo revuelto y confuso como está, y le dan aún más vueltas y vueltas, buscando resultados, pero lo hacen sin concretar la pregunta de modo que la mente no sabe lo que se está buscando y se entretiene en seguir dando vueltas a lo mismo; esas personas lo hacen desde la mente caótica que pretende deshacer el caos desde su caos. Que es como si el que se está ahogando porque no sabe nadar pretende salvar al que se está ahogando a su lado.
La mente es un instrumento interesante que está a nuestro servicio. Su utilidad consiste en que nos permite poner orden en los pensamientos, que pueden brotar desordenados y confusos. Con nuestro control y supervisión, manejando el instrumento que es la mente, analizamos todos los pensamientos que van apareciendo, descartamos los inútiles, los que no son nuestros pero se han colado en el proceso, los que no tienen nada que ver con lo que se está tratando en ese momento, y encauzamos todo de un modo sensato y provechoso.
Por eso, la concreción en la pregunta, hacer realmente la pregunta que se quiere hacer y hacerla del modo correcto, determinan el resultado. Si buscamos una calle desconocida, damos el nombre de la misma a quien nos pueda informar y decimos que queremos llegar hasta allí, y no preguntamos qué hora es. La pregunta quizás no sea ¿Por qué me pasa esto a mí?, sino ¿Cómo estoy actuando para que me pase esto a mí?, o ¿Qué no estoy haciendo que provoca que me pase esto?
¿HAY PREGUNTAR POR QUÉ O HAY QUE PREGUNTAR PARA QUÉ?
Quien no se haya entretenido en notar la diferencia entre hacer una y otra se puede quedar sorprendido de los resultados tan distintos que le van a aportar una y otra. Y lo provechoso o improductivo que puede ser usar una u otra.
Cuando se pregunta ¿Por qué?, se muestra curiosidad, y se busca conocer el origen, y la causa o el motivo del asunto. Si la pregunta se hace por algún perjuicio –“¿Por qué me pasa esto a mí?”- lleva implícito un cierto reproche.
Al preguntar ¿Para qué?, se está buscando la utilidad y el aprovechamiento de lo sucedido. Se quieren conocer las consecuencias por las que se produce algo, y del conocimiento de esa consecuencia viene el darse cuenta y el aprovechamiento de la experiencia. “¿Para qué me pasa esto a mí?”, y uno, al encontrase con la respuesta, se da cuenta de cuál es la razón y cuál el objetivo, y valora el resultado olvidándose del precio que haya tenido que pagar por ese “Para qué”, ya que lo da por bien empleado.
De todas formas, es bueno ir descartando preguntas: unas las hace el ego y simplemente son una exhibición de su intelectualidad, porque piensa que mientras más profundas o elevadas sean más inteligente demuestra ser, pero no aportan nada al Ser. Otras hay que descartarlas porque lo único que aportan es una pérdida de tiempo; otras, porque no son más que una distracción inútil; y otras, porque aparentan ser importantes pero no lo son: simplemente es que le hemos dado importancia.
El desatino, en mi opinión, es que la mayoría de las veces es la mente quien hace la pregunta en nombre de los sentimientos, y trata de entender las respuestas desde la razón, y la respuesta es para el corazón. Y algunas preguntas se responden solas al ver la sonrisa de un niño o una puesta de sol.
Hay que hacer solamente las preguntas adecuadas, en el momento adecuado y del modo adecuado. Y tener paciencia hasta que llegue la respuesta. Darle tiempo.
Darse tiempo.
Es mejor conformarse con una respuesta provisional, pequeñita, antes que no tener ninguna en la espera de la grandiosa que ninguna otra persona antes encontró. No se trata de impresionar a nadie con el descubrimiento, sino de satisfacerse a Sí Mismo (y no al ego que es quien está buscando la impresionante que nadie antes ha encontrado)
Es mejor una respuesta sencilla, simple, aunque sea provisional, pero que sea comprensible, antes que una respuesta ampulosa pero ininteligible. Aunque ésta venga del más reputado erudito.
Y en cuanto a las respuestas... pues creo que todas las preguntas no tienen respuesta, o no estamos preparados para entender la respuesta todavía. Además, que hacer la misma pregunta en diferentes estados emocionales o diferentes etapas de nuestra vida nos puede aportar diferentes respuestas y, posiblemente, aunque sean distintas cada vez serán verdaderas.
Te dejo con tus reflexiones…