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 LECCIONES DE VIDA



Agosto 24, 2014, 10:29:44 am
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Desconectado Francisco de Sales

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LECCIONES DE VIDA
« en: Agosto 24, 2014, 10:29:44 am »
DEL LIBRO "LECCIONES DE VIDA"


Durante la década del los cuarenta y antes de obtener su independencia de la Gran Bretaña, la India estaba inmersa en varias guerras religiosas internas. Un hindú cuyo hijo había muerte a manos de un musulmán en una de aquellas contiendas, visitó al Mahatma Gandhi y le preguntó:

¿Cómo podría perdonar a los musulmanes? ¿Cómo podría encontrar la paz cuando mi corazón está lleno de odio por aquellos que han matado a mi único hijo?

Gandhi le recomendó que adoptara a un huérfano enemigo y lo criara como si fuese hijo suyo.

Necesitamos perdonar para poder vivir una vida plena. El perdón es el medio que disponemos para sanar nuestras heridas, para volver a relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. TODOS HEMOS SIDO HERIDOS, Y AUNQUE NO MERECÍAMOS ESE DOLOR, DE TODOS MODOS NOS HICIERON DAÑO. Y ES CASI SEGURO QUE NOSOTROS TAMBIÉN HEMOS HERIDO A OTROS. EL PROBLEMA NO CONSISTE EN QUE NOS HAYAN HERIDO, SINO EN NO PODER O NO QUERER OLVIDAR. ESAS SON LAS HERIDAS QUE CONTINÚAN DOLIENDO. A lo largo de la vida vamos acumulando estas heridas, y carecemos de las directivas o la formación para deshacernos de ellas. Aquí es donde el perdón entra en juego.

Podemos vivir practicando el perdón o no practicarlo. De forma irónica, el perdón puede ser un acto egoísta, puesto que incide más en la persona herida que en quién la hirió. Los moribundos encuentran la paz de la que carecieron en vida porque morir es liberarse y perdonar también lo es. Cuando no perdonamos nos aferramos a viejas heridas y perjuicios; mantenemos vivas las épocas infelices del pasado y alimentamos nuestros resentimientos. Cuando no perdonamos nos convertimos en esclavos de nosotros mismos.

El perdón nos ofrece muchas cosas, incluso la sensación de plenitud que creíamos arrebatada por el ofensor. El perdón nos ofrece la libertad de volver a ser quienes somos. Todos, nosotros y nuestras relaciones, merecemos la oportunidad de un nuevo comienzo. Esta oportunidad es la magia del perdón. Cuando perdonamos a los demás o a nosotros mismos, recuperamos la armonía. Del mismo modo que un hueso soldado es más fuerte que ese mismo hueso antes de romperse, nuestras relaciones y nuestra vida serán más fuertes cuando el perdón haya sanado nuestras heridas.

Los moribundos son grandes maestros del auténtico perdón. Ellos no piensan:"Yo tenía razón y sé que tú estabas equivocado, pero en mi grandeza, te perdono". "Has cometido un error y yo también. Pero ¿quién no? Pero ya no quiero medirte por tus errores del mismo modo que no quiero que me midan a mí por los míos".

Existen muchos obstáculos para perdonar. El principal es pensar que si perdonamos aprobamos el comportamiento del que nos hirió.

Pero perdonar no consiste en estar de acuerdo con que nos hirieran, sino de liberarnos del dolor que sentimos por nuestro propio bien, y porque nos damos cuenta de que de que si nos aferramos al rencor seremos nosotros quienes nos sentiremos desgraciados. Las personas que se resisten a perdonar deben recordar que sólo se castigan a ellas mismas.

Perdonar no significa permitir que nos pisoteen. Perdonar es un sentimiento de caridad en el mejor sentido de la palabra. Cuando perdonamos, reconocemos que la otra persona no estaba en su mejor momento cuando nos hirió, y que es mucho más que sus errores. Los demás también son humanos, cometen errores y han sido heridos, como nosotros. Después de todo, el perdón se produce en nuestro interior. Perdonamos para sanarnos a nosotros mismos. El comportamiento de los demás no es más que eso, una manera de comportarse, pero nosotros no perdonamos su comportamiento, sino a la persona.

El deseo de venganza es otro obstáculo para el perdón. Cuando nos desquitamos, sólo ofrecemos un sentimiento temporal de alivio o satisfacción, si es que obtenemos algo. Acto seguido, nos sentimos culpables por habernos rebajado al tipo de comportamiento que, al principio, pensábamos que era incorrecto. Cuando nos desquitamos queremos que quienquiera que nos haya herido sepa lo mucho que nos ha dolido su actuación, de modo que arremetemos contra él…y entonces nos duele más. No hay nada malo en expresar nuestro dolor, pero si nos aferramos a él se convierte en un castigo que nos imponemos a nosotros mismos.

Perdonar puede ser difícil. En ocasiones resulta más fácil obviar la situación. Muchas veces sentimos la necesidad imperiosa de perdonar pero lo aplazamos, y con nuestra pasividad permitimos que gota a gota, la infelicidad se vaya colando en nuestra vida. A veces no somos conscientes de que no queremos vivir así y de que no disponemos de toda la eternidad para aclarar las cosas hasta que nuestra vida está a punto de terminarse.

La falta de perdón nos mantiene estancados. Esta situación nos resulta tan familiar y hasta podemos sentirnos tan cómodos en ella, que perdonar nos parece aventurarnos en lo desconocido. A menudo resulta más fácil culpar al otro que reanudar la relación. Además si nos fijamos en los errores de la otra persona no tenemos que observarnos a nosotros mismos y nuestros defectos. Cuando perdonamos recuperamos nuestro poder para vivir y desarrollarnos más allá del incidente que nos ofendió. Vivir en el dolor nos hace víctimas perpetuas, mientras que si perdonamos, trascendemos el dolor. No tenemos porque sentirnos heridos por algo o alguien de forma permanente, y en este conocimiento reside un gran poder.

Explicar cómo podemos perdonar en cuatro fáciles lecciones es como explicar de qué forma podemos salvar al mundo, o sea, igual de difícil.

A veces, perdonar es como si nos arrancaran las entrañas, por eso parece tan duro como salvar al mundo.

Cuando éramos pequeños y nos herían o heríamos a alguien, normalmente alguien pedía perdón, sin embargo ahora que somos adultos, las disculpas no se oyen con tanta frecuencia y aunque las oigamos, decidimos a veces que no son suficientes. Si un niño hace algo mal, percibimos su miedo, confusión y falta de conocimiento. En él vemos a un ser humano. Pero cuando es un adulto el que nos hiere, tendemos a ver sólo lo que nos ha hecho. Ese adulto se convierte, para nosotros en una personalidad unidimensional caracterizada solamente por el dolor que nos ha causado. El primer paso para perdonar es ver otra vez en esa persona a un ser humano. Los demás a veces cometen errores, y a veces son débiles, insensibles, imperfectos; están confusos y dolidos; se sienten solos, emocionalmente inmaduros y frágiles y tienen necesidades. En otras palabras son como nosotros, almas que realizan un viaje lleno de altibajos. Una vez que reconocemos que son seres humanos, podemos empezar a perdonarlos haciéndonos concientes de nuestro enfado.

Debemos deshacernos de esa energía estancada golpeando o chiflando a una almohada, diciéndole a un amigo lo enfadados que estamos, gritando o haciendo cualquier otra cosa que nos ayude a sacarlo afuera. En muchas ocasiones, después de esta reacción sentiremos la tristeza, el dolor, el odio y el sufrimiento que había detrás del enfado. Cuando esto ocurra, debemos permitirnos experimentar esos sentimientos para, acto seguido, desprendernos de ellos, que es la parte más dura.

El perdón no tiene que ver con las personas que nos han herido, no tenemos que preocuparnos por ellas. Hicieran lo que hicieran, lo más probable es que estuviera más relacionado con ellas , con su mundo y sus problemas, que con nosotros.

Cuando soltemos ese gancho que nos unía a ellos, nos sentiremos libres. Todo el mundo tiene cuestiones que resolver y ninguna de esas cuestiones es asunto nuestro. Lo que sí es asunto nuestro es nuestra paz espiritual y nuestra felicidad.


Elizabeth Kübler Ross

 

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