INACABADA
(Es que todavía no me he muerto…)
Cuando pienso en mi vida
encuentro motivos como para poder no estar satisfecho
y motivos suficientes como para sí estarlo.
Tanto tiempo de vida da para mucho.
Y también para poco.
Encuentro amor por los rincones,
algunas quejas en primera línea
y otras un poco agazapadas, esperando;
encuentro luces soles amaneceres brillos
así como sucursales del infierno;
inclemencias rostros serios palabras hirientes
abrazos huecos luces oscuras sombras.
Es lo que tiene la vida:
que se va llenando de cosas
-quieras o no quieras-
y se apelotonan en un almacén más o menos caótico,
y no sabes de quién es cada beso,
en qué rincón florecen los suspiros,
y dónde están las canciones inolvidables.
No sé cómo son las otras vidas
pero esta en la que me desarrollo es como mil vidas.
Tantas como los personajes que interpreto
según sea hijo esposo religioso empleado,
según amanezca pletórico o de una pesadilla,
cante en voz baja o maldiga en el mismo tono.
Tengo julios nevados y ardientes,
versos febriles o rancios,
recuerdos disecados,
cuatro o cinco notas musicales en mis tarareos,
felicitaciones y soledades,
entierros y partos,
viajes y hospitales,
deseos acallados.
Pasé por multitud de países,
he visto millones de caras,
cada día me he despertado,
dije lo que jamás debí decir,
callé lo que jamás debí callar,
reprimí secamente algunas lágrimas,
vi ojos -pero no sus miradas-,
escuché voces -pero no las palabras-,
conjugué el verbo amar sin experiencia,
el verbo añorar sólo en pasado,
y el verbo esperar, de mala gana.
Creo que una vez maldije una pérdida
y le llamé injusto a Dios,
soñé un sueño sin colores,
y morí -pero sólo un poco-
pero no de amor sino de desgana,
y no de muerte natural
sino de falta de vida.
También tengo multitud de sonrisas dedicadas:
la sonrisa inolvidable de una niña inolvidable en Katmandú,
la sonrisa de una ciega en Delhi,
una sonrisa muy sincera que vi una vez en un espejo,
las primeras sonrisas de mis hijas,
la sonrisa de Emma la primera vez que nos vimos…
Tengo muchos tesoros guardados:
todas las mujeres desnudas que vi,
una puesta de sol desde la Almudena,
Juana y yo cantando a medias canciones de Serrat a medias,
los escalofríos escuchando óperas,
los viajes con mis hermanos,
una noche en la habitación número siete,
el abrazo más largo del mundo,
los viajes en quad por Marruecos,
el niño un poco desgraciado que fui,
Verdi Puccini Bellini Rossini Donizetti
La Traviata Nabucco Tosca La Boheme Norma
toda la gente que amo y me ama,
y cuando me bendijo una mendiga en Madrid.
Ya digo que mi vida está llena
de amaneceres suspiros conversaciones
de ojos a punto de llorar
de auto-exigencia y auto-comprensión
de juegos risas seducciones
de amigos aprendizaje desatenciones
de paseos montañas valles
de libros poesías sentimientos
de siestas y partidas de cartas
de viajes miradas besos.
Porque hay tiempo para todo.
En cincuenta y ocho excelentes años,
conociendo las personas que he conocido,
los lugares que he visitado,
las emociones que he sentido,
o las palabras tan bonitas que he escuchado,
los agradecimientos que he recibido,
las miradas tan llenas,
los abrazos que me han abrazado,
las manos que han acogido mis manos,
las tantísimas veces que he reído tantísimo,
toda la música que he escuchado,
los libros que he leído,
lo que he amado,
lo que he recibido,
lo poco que sé,
tantos ojos en los que me he mirado,
escribiendo poesías a solas,
tocando y disfrutando la paz,
cada vez que me he sentido vivo,
y cada vez que me ha recorrido un escalofrío.
Es hermoso esto de estar vivo,
esto de haber pasado por aquí,
esto de haber tratado con otros humanos.
La vida es más grande de lo que apreciamos,
más intensa de lo que vivimos,
más agradable de lo que parece a veces,
única irrecuperable irrepetible.
Es una lástima que nos engañemos creyendo que no se acaba,
que la desaprovechemos sin darnos cuenta,
y que empecemos a apreciarla más cuando queda poca.
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