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 LAS SEÑALES DEL CUERPO - 2ª parte



Octubre 26, 2012, 06:12:47 am
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LAS SEÑALES DEL CUERPO - 2ª parte
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Las terapias holísticas

Fritz Perls fue profundamente influido por Reich, sin embargo establece algunas diferencias con los preceptos de éste. En primer lugar, para Perls el bloqueo no se organiza alrededor de conflictos y sucesos internos, sino en relación al contacto con el entorno (Peñarrubia, 1998). La otra es que a Perls le interesaba la experiencia fenomenológica del paciente sobre su cuerpo, más que el movimiento y la expresión. La actitud gestáltica en el trabajo terapéutico es reconocer la unidad organísmica, en la que se considera que tanto los procesos físicos como psicológicos son partes de un mismo todo, y reconocer la legitimidad de los valores internos por encima de los externos. Se mostró muy crítico con métodos mecánicos de trabajo corporal como los de Alexander y Jacobson, que parecían considerar al cuerpo separado de la totalidad organísmica, y aunque siempre experimentó personalmente con terapias corporales, no desarrolló una técnica corporal gestáltica per se de trabajo corporal. Perls integró su conocimiento de estas técnicas en la terapia Gestalt para “la toma de conciencia del cuerpo, la atención a la postura y los gestos en el curso del proceso terapéutico y su atención a la sensación corporal como parte del despertar de las sensaciones y como espejo de ellas” (Naranjo, 1990). Hoy en día las terapias gestálticas tienden a ser más integrativas e incorporan técnicas de trabajo corporal procedentes de otros enfoques como el bioenergético, la danza, masajes, etc. Varios autores modernos (Olney, Kepner) han desarrollado técnicas concretas a partir de la integración de los principios de la Gestalt con otros enfoques, entre ellos a destacar la chilena Adriana Schnake, que ha desarrollado un método de exploración de la enfermedad psicosomática a partir del diálogo de la persona enferma con el síntoma. En general se acepta como legítima (Kepner) cualquier sintetización de técnicas en las que el “proceso psicológico que se expresa verbalmente está explícitamente conectado a sus expresiones corporales; y en la que los procesos físicos como postura, contención muscular y perturbaciones somáticas, son vistos como expresiones significativas de la persona”.

Por otro lado, la psicoterapia bioenergética (Lowen, 1958), fue desarrollada también a partir del trabajo de Reich, pero reformula varios de los conceptos propuestos por éste tras el trabajo de Lowen con John Pierrakos. La bioenergética trabaja con la energía libidinal freudianabloqueada, que Lowen reformula como bioenergía o energía de la vida, y postula que mediante técnicas especiales se puede canalizar de forma adecuada, de tal manera que influya positivamente en los trastornos energéticos del cuerpo y que afectan tanto la salud mental como la física (Lowen, 1975). Parte de la premisa de que cuando el niño siente ansiedad, desarrolla una serie de defensas psíquicas y físicas que se van construyendo desde las capas más externas del yo hasta llegar al corazón, formando una coraza a su alrededor para protegerlo. Esto constituye el lenguaje del cuerpo de esa persona y la manera en la que utilizará y proyectará su energía, matizando la configuración de su personalidad. Así, Lowen llega a identificar cinco estructuras básicas de personalidad con una complexión y características corporales diferenciadas: oral, masoquista, psicopático, esquizoide y rígido, al que añade cuatro variantes, y para las que propone ejercicios concretos de trabajo corporal. Durante el proceso de psicoterapia, se va trabajando con las defensas o procesos energéticos en relación a la experiencia del sujeto, buscando la manera de que canalice la energía y de que logre nuevas maneras de autoexpresión. La Bioenergética trabaja con ejercicios de respiración, movimiento, expresión y enraizamiento para equilibrar la carga y descarga de energía, y para abrir nuevos canales que permitan a la persona experimentar su cuerpo y por tanto, a sí mismos.

Este tipo de terapias aportan herramientas muy útiles para el trabajo con los pacientes en muchas ocasiones, ya que sus técnicas se integran entre sí de una manera natural. Pero probablemente es desde otros modelos donde podemos encontrar las bases para entender hasta qué punto es importante escuchar lo que el cuerpo nos dice, en el camino de una vida sana y feliz.

El lenguaje del cuerpo

Para Norma Alberro, “la psicosomática psicoanalítica parte del hombre enfermo y de su funcionamiento psíquico para comprender las condiciones en las cuales ha podido desarrollarse una enfermedad somática. En cambio, la medicina parte de la enfermedad y busca los factores etiológicos sean éstos, biológicos o psíquicos”. Teniendo en cuenta esta distinción y sin entrar a debatir las diferencias y críticas a las escuelas de medicina psicosomática, para la explicación y etiología de la enfermedad psicosomática toman en cuenta factores como la interacción personal, las características internas de los enfermos, el proceso de simbolización, y la forma de comunicación con relación a las emociones, lo cual permite una explicación del síntoma. También encuentran dos aspectos relevantes a considerar en el entendimiento del trastorno: la alexitimia o incapacidad de expresar verbalmente las emociones; y pensamiento operatorio, con el que estas personas buscan soluciones pragmáticas a las cosas pero no conectan con la vivencia, llevan una “vida operatoria”. Pero aunque estas dos características están presentes en muchos pacientes, también hay otros que somatizan aunque verbalicen lo que sienten, en los que seguramente hay una desorganización de la emoción. Cuando exploramos el significado de la enfermedad psicosomática, debemos tener en cuenta cómo se expresa el conflicto interno por medio del síntoma o enfermedad, ya que en lo psicosomático hay factores psicológicos que contribuyen al daño real del cuerpo o a cambios perjudiciales en el funcionamiento corporal.

Una de las aproximaciones más interesantes para la explicación del fenómeno psicosomático es la de Joyce McDougall (1974), que lo ha estudiado ampliamente a partir de su propia experiencia, y bajo la influencia de autores como Winnicott o Melanie Klein. En líneas generales, parece ser que existe una tendencia a somatizar cuando las circunstancias externas o internas a nosotros sobrepasan nuestras formas psicológicas habituales de resistencia. El síntoma psicosomático cumple una función defensiva y protectora ante la angustia que provoca nombrar lo que sucede en la realidad psíquica, se convierte en una especie de válvula de escape. Existe un conflicto interno al que no se le pueden poner palabras ya que sobrepasa nuestra psique, así que el conflicto encuentra otra manera de manifestarse. McDougall sitúa el origen del trastorno psicosomático en la primera infancia, cuando se ha producido un hecho que conlleva una emoción dolorosa y un silencio, algo que se guarda porque no se ha podido expresar, y que encuentra su modo de expresión en un cuerpo que enferma. Además resalta la suma importancia del vínculo primario que establece el bebé con su madre, y a cómo se resuelve la fantasía de fusión/diferenciación materna. Si esta experiencia es dolorosa se reprime inconscientemente y puede dar lugar a fenómenos defensivos como la sobreadaptación del individuo a las exigencias del entorno, a costa de sus necesidades emocionales; y la escisión/disociación de la experiencia traumática. En estas personas, el cuerpo comienza a hablar lo que la palabra no puede, lo que no se ha podido elaborar psíquicamente. Muchos tienen dificultades para nombrar sus afectos, les cuesta encontrar una conexión entre experiencia y emoción. También pueden vivenciar su cuerpo de manera ajena, no experimentarlo como propio, ajenos al sufrimiento que les provoca el síntoma. Otros pueden desarrollar personalidades de “tipo adictivo”, en los que el objeto de adicción cumple la función de reducir el dolor psíquico experimentado por el sujeto. Sea como fuere, en situaciones de estrés o en momentos en lo que sienta que se repite el suceso traumático, será muy probable que la persona manifieste un síntoma psicosomático. Entre los más frecuentes encontramos alergias y otros trastornos de la piel, además de gastritis, úlceras, asma, contracturas o migrañas, sólo por citar algunos.

Otras autoras como Alice Miller (2004) también han abordado la compleja relación entre el cuerpo que enferma y los sentimientos bloqueados por el niño pequeño con la necesidad de amor y el trato recibido tras el nacimiento. Para el niño, el amor y la aprobación de los padres lo es todo, pero cuando de alguna manera estas necesidades no son satisfechas o se produce una herida emocional, el niño reprime estas emociones, ya que la verdad sobre el maltrato recibido por sus padres es demasiado dolorosa y la disocia de su experiencia consciente. Esos sentimientos, aunque disociados, permanecen en la memoria corporal, y pueden dar lugar a la aparición de enfermedades de todo tipo: el síntoma será la manifestación física de la negación del suceso original. A lo largo de toda su vida, la persona buscará la satisfacción de ese amor y aprobación insatisfechos en sus relaciones con otras personas. Miller propone que la curación de la enfermedad psicosomática comienza cuando se admiten los sentimientos de rabia, decepción, soledad o abandono que la persona con el síntoma sintió hacia sus padres o las personas que cuidaron de él y que se han estado reprimiendo, y es capaz de darse a sí mismo el amor que nunca recibió.

Tanto desde la perspectiva de estas autoras como de otros como Bowlby, la influencia del estado emocional de la madre y su reacción ante los sentimientos que le provoca el bebé, son determinantes para la construcción de la personalidad.

La importancia del contacto y el vínculo afectivo

El ser humano es un ser social, y por tanto necesita relacionarse con otras personas. Ya desde que nacemos necesitamos para sobrevivir el contacto físico y emocional con nuestra madre. John Bowlby (1944) con su Teoría del Apego, nos habla de la importancia del vínculo afectivo y de cómo los bebés nacen con la disposición innata para buscar ese vínculo. Son el amor y los cuidados maternales, la atención a las necesidades del bebé los que proporcionan un marco seguro en el que puede desarrollarse. Entre los momentos claves del proceso de vinculación afectiva se encuentra el contacto físico que se produce entre madre y bebé en el momento del parto, donde se liberan mediadores químicos que facilitan la vinculación. Después del parto, en los primeros meses de vida críticos para el desarrollo, cuando comienza a responder al vínculo con la madre (o persona que se hace cargo de su cuidado), el contacto físico será uno de los elementos clave para que desarrolle un apego seguro. La antropóloga Jean Liedloff (1977) va más allá y, tras las experiencias vividas con los indios Yequana, elabora su concepto de continuum, en el que recoge la idea de que entre las experiencias adaptativas que han sido básicas para nuestra especie, y que todo niño debe satisfacer para desarrollarse como una persona con confianza en sí mismo y en el mundo, se encuentra el contacto físico permanente con la madre durante los primeros meses de vida.

Cuando el bebé tiene hambre, frío, sueño o simplemente ganas de que lo abracen lo expresará principalmente por medio del llanto, así que es la interpretación de ese llanto lo que hará que cada madre responda de una u otra manera, en la que hay que considerar también su estado afectivo-emocional. Su propia manera de vivir la maternidad, sus propios miedos e inseguridades también influirán en la manera en que responde a las necesidades del niño, y del mismo modo, de la manera en la que el niño percibe el vínculo. En este sentido, y citando a Bowlby (1979, p.33):

“Niños muy pequeños se dan incluso mucha más cuenta de las significaciones de los tonos de voz, los gestos y las expresiones faciales que los adultos, y desde etapas muy iniciales los lactantes son agudamente sensibles al modo en que se les trata.”

La cercanía y la proximidad de la madre o cuidador, su respuesta a las necesidades de apego del bebé actúan de organizador psíquico para éste. Esa respuesta implica por parte de la madre conseguir acceso al estado mental del niño y la atribución de significado a ese estado mental. El bebé es sensible a los estados emocionales de los cuidadores, y poco a poco irá construyendo un sistema de apego y una representación mental de cómo relacionarse con el mundo basado en cómo se ha producido el vínculo con estas relaciones tempranas, experiencia que además codifica en cada célula de su cuerpo asignándole un valor emocional. La respuesta sensible del cuidador incluye notar las señales del niño, interpretarlas adecuadamente y responder apropiadamente para construir un sistema de apego seguro.

Experiencias tempranas, desarrollo psico-corporal y guión de vida

Los diferentes estilos de apego (Ainsworth, Belhar, Waters y Wall, 1978; Main y Solomon, 1990) se ven reforzados por las tendencias físicas crónicas que reflejan el apego temprano. El niño va creando los vínculos interpersonales conforme a su patrón de apego que, como hemos visto, está basado en la relación que haya tenido con las personas que se han hecho cargo de él. En los primeros meses de vida el bebé tiene una capacidad limitada de autorregulación, así que estas experiencias tempranas, reacciones y expectativas son las que le enseñan a regular su activación fisiológica y sus afectos. Estos patrones de respuesta, codificados físicamente en los tejidos corporales y la bioquímica, en los afectos como estimulación subcortical y de manera cognitiva como creencias, actitudes y valores, conforman una huella que guía la manera en la que vivimos nuestras vidas (Salvador 2008), y se desarrollan antes de la producción de lenguaje. De esta experiencia somática en relación con el otro significativo surge el sentido físico del self, en el que queda codificado si el niño cree que puede contar con otras personas, si será activo al pedir, si puede tener esperanza o si es digno de cariño… afectando directamente al desarrollo del cerebro y a la manera en la que se configuran las conexiones neuronales.

Desde el Análisis Transaccional el guión es un plan de vida inconsciente, que se forma a partir de las decisiones de supervivencia que el niño tuvo que adoptar en un momento dado con relación a las personas que han cuidado de él, y que configura su manera de percibir el mundo y relacionarse con los demás. Cuando se ha recibido un apego inseguro o inconsistente, puede dar lugar lo que Richard Erskine, llama guión somático, o guión a nivel fisiológico. Con ello se refiere a que cuando el niño muy pequeño, en el estadio sensorio-motor, afronta una situación traumática, si se somete a mandatos o, si de una forma u otra, sus necesidades no son satisfechas, su cuerpo produce una reacción autoprotectora, que se graba en los tejidos y constituye un proceso de guión. Esta reacción de supervivencia es una defensa muscular y/o química frente a lo que percibe como una amenaza (Erskine 2002). En otras palabras, cada vez que hay una necesidad no satisfecha se produce una reacción fisiológica que la cubre y reduce el malestar, digamos que el niño “se reconforta” a sí mismo, y da lugar a la base del guión en la primera infancia. La experiencia es sentida, y las decisiones de guión se hacen de manera inconsciente. Esto implica que al conjunto de pensamientos, emociones y conductas que forman parte de cada Estado del Yo hay que añadir una reacción fisiológica asociada. Podemos decir que el sistema de apego y las experiencias tempranas son determinantes para configurar no sólo la manera en que el niño se vivirá a sí mismo en la relación con otros, sino sus estructuras cerebrales y la manera en la que reaccionará somáticamente en la vida adulta a los estímulos que le “recuerden” esas decisiones de guión, que son limitantes por definición y la persona tenderá a repetir y confirmar en el transcurso de su vida.

 

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