Creo que tenemos tendencia a reprimir bastante las emociones, y no siempre atendemos a nuestros sentimientos.
No manifestar el dolor, por ejemplo, es una traba para alcanzar la felicidad.
Si uno reprime la aceptación de algo que le duele emocionalmente, y uno se impide manifestar ese dolor, éste acaba convirtiéndose en un enemigo al acecho, en una sensación que no permite disfrutar con plenitud, y en la idea difusa, real pero inconsciente, de que uno no está bien del todo, lo que es un impedimento para ser más feliz.
Si uno se estanca en el dolor, y deja que le ocupe entero, no queda lugar para la alegría.
Si uno se hace adicto al dolor, cada vez le costará más dejarlo, y acabará aceptando, con innecesaria resignación, que su vida es dolorosa.
El dolor es un síntoma de que uno es humano y está vivo.
No debiéramos poner trabas a su manifestación.
No debiéramos ocultar que algo nos ha hecho daño.
Aceptemos la existencia del dolor cuando se produce.
Acojamos esa lección que intuimos lleva oculta.
Pero no nos quedemos en la parte atormentada.
Pongámonos a la gratificante tarea de averiguar por qué algunas cosas nos causan dolor, y si ese mismo tipo de dolor lo podemos evitar la próxima vez.
