ACEPTAR Y ASUMIR LA ESPIRITUALIDAD
En mi opinión, la mayoría de las personas hablamos con mucha naturalidad -tal vez con demasiada-, de asuntos que englobamos dentro de la etiqueta de “espiritualidad”, sin tener nada claro ni definido lo que esa palabra, y lo que representa, significan.
Tenemos una idea aproximada –decimos que es lo que está un poco por encima de lo animal y lo mundano-, pero es tan amplio el sentido que le damos a la palabra que metemos en el mismo saco a Dios, los espíritus, el alma, lo transcendente, las reencarnaciones, la vida después de la muerte…y todo aquello desconocido que nos suena a “espiritual”.
En mi opinión, en el ser humano hay una serie de cualidades inherentes que hemos dejado en el interior como algo ajeno a nosotros mismos, a las que hemos idealizado y divinizado, porque nos parece que están por encima de las que se han de atribuir al Ser Humano, simple y mortal, al que concebimos como tosco, burdo, imperfecto, capaz de cometer las mayores atrocidades, pecador, y siempre confundido e inseguro en los asuntos que se escapan al entendimiento racional simple.
Por ese desconocimiento, dividimos al Ser Humano, y no sé por qué, en dos partes claramente diferenciadas.
LA HUMANA que es la que corresponde al que se mira en el espejo, el que se enfrenta a los problemas cotidianos, el que no ve más allá de los placeres inmediatos y de lo que le rodea a la vista, el que sufre, el que duda, el que se va a morir…
LA ESPIRITUAL, que es la que contacta con Dios y lo divino, la que mira por encima del hombro a la que es simplemente humana, casi desde un ego espiritual, que también existe: “Yo estoy más evolucionado que tú”, “yo medito más que tú”, “yo rezo más que tú”, “yo soy más devoto que tú”…
Es la parte que intuye la trascendencia, que siente de verdad que la bondad y el amor son cualidades humanas que hay que expresar más a menudo, la parte que siente que forma parte de un todo aunque no sepa cómo explicarlo, que siente con dolor que hay un distanciamiento innecesario con el resto de la humanidad, la parte que se hace las grandes preguntas, la que se refieren a algo que no puede ver ni tocar ni demostrar porque sólo pertenecen –de momento- a la voz silenciosa de un Ser Interno que a veces nos sorprende con unas reflexiones que parece que se nos quedan grandes o que no nos pertenecen.
Y eso hay que aceptarlo y asumirlo. Está ahí. Existe. Es.
Y somos nosotros, también, y es algo que hay que asumir con naturalidad. Lo divino y lo humano es indisoluble.
No hay un cielo que marque la distancia entre lo uno y lo otro. No hay distancia.
El Ser Humano lo engloba todo. La inquietud y la delicia, la certeza y la duda, la humildad y la grandeza.
Somos GRANDES en un cuerpo pequeño y en una mente limitada.
Y desde esta mente limitada, cargada de condicionamientos y complejos y miedos y dudas y confusiones pretendemos acceder –del modo equivocado, o sea, mediante la razón- a lo que no tiene límites.
El Ser Humano tiene sin desarrollar una de sus cualidades mágicas: la intuición, que es la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento, que es el presentimiento, que es la percepción íntima e instantánea de una idea o una verdad que aparece como evidente a quien la tiene.
El Ser Humano se ha acostumbrado a confiar en su mente racional, y pretende pasarlo todo por ese tamiz, por esa inquisidora que quiere tenerlo todo etiquetado y sólo acepta lo que comprende, descartando equivocadamente, todo lo demás.
“El corazón tiene razones que la razón no entiende”, se dice. Y es cierto. Hay asuntos que solamente pertenecen al mundo de lo inexplicable, de lo que se siente o se sabe sin necesidad de razones, a lo que es intuición, es comprensión en el alma, o pertenece al mundo de la Sabiduría Esencial de los humanos, con la que nacemos pero luego negamos o, simplemente, nos negamos a conocer y utilizar.
Confucio decía que “Antes de hablar siquiera de Dios es necesario desarrollar una fuerte moral y una recia virtud interior”, y que “El vivir y entender a Dios sólo es posible en las almas desarrolladas y robustecidas por la Virtud”.
El Ser Humano tiene suficientes virtudes (Virtud: Disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Integridad de ánimo y bondad de vida.) que entran perfectamente dentro del campo que se le adjudica a la divinidad.
Seamos verdaderamente humanos –desarrollando las virtudes y cualidades- porque eso nos hará ver con más claridad que también somos divinos.
Y después de eso, gocemos de la espiritualidad y sus maravillas.
Te dejo con tus reflexiones…